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Y ahí estaba yo, despertando como cualquier otro día, abriendo los ojos despacio, poco a poco para impedir que el resplandor me deslumbrara, estirándome y alzando los brazos para tocar el aire fresco de la mañana, y fue en ese momento cuando vi venir lo que pasaría.

No supe exactamente cómo sucedió, pero hasta ahora tengo mis sospechas.

¿Coincidencia, casualidad, mal augurio? ¿Qué había hecho?

Simplemente no lograba recordar con detalle la noche anterior, todo parecía estar nublado en mi cabeza, y fue ahí que esa sensación desagradable empezó a invadirme.

Seguía aún en la cama, en mi ritual mañanero para despertar, cuando bostecé profundamente como acostumbro para terminar de reaccionar por las mañanas, y enseguida, en tan sólo un segundo, me di cuenta de su presencia, me di cuenta de cómo todo cambió para volverse doloroso.

El sol se ocultó frente a mi ventana, la mañana se oscureció, el cielo se tiñó entre un extraño rojo y gris, empezaba a sudar, y de pronto tocaron con atrocidad a mi puerta, el corazón se me aceleraba, en un intento desesperado quise escapar, mas era imposible, temía abrir, pero sabía que no se iba a ir, venía a demandar lo que era innegablemente suyo, mi tortura.

Y así fue, me arrastró sin más a un mundo desconocido, donde no lograba verse otra cosa que la inmensidad del suplicio y el tormento. No sé si sólo yo estaba ahí, porque a lo lejos percibía algunas sombras, pero no distinguía nada, y todavía más allá, a la distancia, alcanzaba a escuchar llamadas de auxilio y algunos lamentos, aunque no sabía quién podría atenderlas en tan desolado paisaje.

Se respiraba dolor en aquel lugar, en esa zona de mi boca donde un afta apareció de la nada para hacerme la vida imposible, donde no había más que ardor e inquietud, donde todo era dolor y tortura pura. Sólo quería correr, salir huyendo y nunca volver.

No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, horas o días, ni siquiera tenía idea de cómo podía haber tanto martirio a mi alrededor, de cómo pudo invadirme la tortura, pero sin más, alguien me rescató. En medio de toda la agonía, Kank-a® aterrizó en aquel desolado y frío lugar para salvarme, bueno, con ayuda de mi hermana porque ella me lo dio, y sólo así, la tortura desapareció.

De pronto el sol salió de su escondite para brillar de nuevo, el cielo volvió a ser azul y todo volvió a la normalidad.

No hay duda de que Kank-a®
responde a esa llamada de auxilio cuando aparecen las aftas y te llevan hasta Planeta Tortura.

Por es ahora Kank-a® me enKanka.

Visitante 1524

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